El ex presidente Raúl Ricardo Alfonsín nació en Chascomús el 12 de marzo
de 1927. Fue primer mandatario de la Nación desde el 10 de diciembre de
1983 hasta el 8 de julio de 1989, elegido después de ocho años de
gobierno militar.
Políticamente, Alfonsín fue heredero de Ricardo “El Chino” Balbín, de
quien fue su discípulo, y más tarde, su más fuerte contrincante interno.
Ese legado incluye preservar el puente entre las dos corrientes
políticas mayoritarias del país, que consistió en superar la profunda
división en el seno popular que derivó en el golpe militar de 1955 y sus
largas consecuencias. Ese puente lo aprovechó Alfonsín, aunque no lo
compartió cuando lo tendían.
Cuando en 1983 salió en campaña para derrotar al candidato
justicialista, Italo Argentino Luder, sabía que la única victoria
posible debía ser con votos de su contrincante, que llegaron por ese
puente. Su verbo preciso, la voz resonante, el gesto firme y una idea de
convocatoria clara hicieron parte considerable de su victoria. Doce
puntos porcentuales separaron una alternativa de la otra, diferencia
casi abismal tratándose del peronismo, en su primera derrota. Ganar fue,
con todo, lo más fácil. Alfonsín se había beneficiado de aquella
estrategia del puente de Balbín pero no le hacía caso al hombre del
balbinismo más lúcido: el tandilense Juan Carlos Pugliese, el reconocido
presidente de la Cámara de Diputados, un pensador de la política antes
que un político de comité.
Tampoco Alfonsín le prestó demasiada atención a César Jaroslavsky,
conductor de la bancada radical en esa misma Cámara, y el exponente de
mayor lealtad operativa porque cumplía su misión ganando reconocimientos
en las propias filas del adversario.
Sin embargo, a pesar de Pugliese y de Jaroslavsky, pudo más Germán
López, secretario general de la Presidencia, un hombre tan honesto como
antiperonista. Según ciertas ópticas generalizadas, si Alfonsín hubiera
podido ver sin ese sesgo, seguramente hubiera sido más sólida la
relación con el PJ en los días inaugurales de la democracia, cuando el
peronismo daba muestras de que podía seguir vigente a diez años de la
muerte de su líder. En este contexto se debe ubicar el intento de
disputarle los sindicatos al peronismo con la ley de reordenamiento
sindical que impuso su ministro de Trabajo, Antonio Mucci, pasajero de
la historia, un asunto instalado en el mismo espíritu de sus denuncias
en la campaña de un «pacto sindical-militar».
Resultado: un fracaso a cien días de iniciado su gobierno cuando el
proyecto fue rechazado con el voto del neuquino Elías Sapag en el
Senado. Caían también las aspiraciones del «tercer movimiento
histórico», que alentaba la Coordinadora para absorber al peronismo en
una nueva corriente de acción popular transformadora. Sin embargo, las
razones del progresivo deterioro provinieron del frente militar.
Alfonsín quiso contener con el juicio a las tres primeras juntas y
algunos pocos jefes, el proceso de justicia respecto de la emisión de
órdenes y de los excesos en su cumplimiento. Pero una modificación a la
ley que reformó el Código de Justicia Militar (la introdujo el mismo
senador del Movimiento Popular Neuquino) terminó abriendo juicios para
otros responsables. No hubo modo de detener la avalancha de procesos,
con resistencias en el frente militar. Comenzaron entonces los pasos
hacia atrás, como la ley de punto final, aprobada en diciembre de 1986,
que no impidió el alzamiento de Semana Santa del abril siguiente.
Y después de la rebelión, la sanción de una nueva ley de obediencia
debida, que en los hechos significó una amnistía encubierta.
El 6 de septiembre de ese año, el radicalismo perdió la elección en la
estratégica provincia de Buenos Aires y Antonio Cafiero, sucesor del
radical Alejandro Armendariz, se constituyó en el referente del
peronismo.
Alfonsín, hombre de sueños, quiso trasladar la Capital Federal y hasta
logró la ley respectiva; quiso, también, modificar la Constitución, que
quedó en un proyecto en el Congreso. Finalmente, una crisis
hiperinflacionaria lo arrancó del gobierno, que debió entregar antes, en
medio de un gran acuerdo político que hizo posible lo que la Carta Magna
no contemplaba. Volvió al llano y al partido. Sus correligionarios no
quisieron, ni hubieran podido soslayarlo, con lo cual, al tiempo, volvió
a tener peso específico propio. En esa condición, en la importancia de
su nombre y trayectoria, fue que el 4 de noviembre de 1993, pudo él y
sólo él arribar a un pacto casi en la oscuridad con Menem, requerido por
éste de mil formas, para lograr su reelección.
El Pacto de Olivos, formalizado por ley en diciembre de ese año,
permitió la declaración de la necesidad de la reforma, incluyendo en
ella lo que quería el radicalismo. A Menen le bastaba con que le
permitiera quedarse un período más en Olivos (cuatro, en lugar de seis
años). Había en esa decisión de caudillo yrigoyenista una certeza
verificable: el peronismo (todo el peronismo) iba a ser lo imposible
para conseguir esa ley, a cualquier precio, de cualquier manera.
Desde entonces Alfonsín fue también un poco Balbín y, al mismo tiempo,
otro Alfonsín, capaz de enseñar desde sus frustraciones y de reírse de
ellas. Había llegado a grandes conclusiones como aquella de «los
radicales no amamos el poder», para demostrar que se lo ejercía como un
compromiso cívico, a diferencia del peronismo que lo quería porque sí,
cualquiera sea el uso que hiciera de ese poder. Se permitió también
neutralizar una tercera fuerza que venía como cuña a quebrar el
bipartidismo, abriendo el radicalismo -fuerza difícil para esta clase de
acuerdos- a una Alianza que lo llevaría al gobierno. Así fue como
Fernando de la Rúa, crecido bajo la manta balbinista, a quien Alfonsín
había pulverizado en la interna de 1983, llegó a la presidencia de la
Nación.
Vida Familiar:
En 1949 Ricardo Raúl Alfonsín se casó con María Lorenza Barreneche, un
año mayor que él, con quien tiene 6 hijos: Raúl Felipe Alfonsín (1949),
Ana María Alfonsín (1950), Ricardo Luis Alfonsín (1952), Marcela
Alfonsín (1953), María Ines Alfonsín (1954) y Javier Ignacio Alfonsín
(1956).
Guerra de Malvinas
En 1982, ante la Guerra de las Malvinas, Alfonsín, asesorado por un
grupo de intelectuales como Jorge Roulet, Dante Caputo y Jorge Sábato,
fue uno de los pocos políticos argentinos que se opuso a la acción
militar en las islas Malvinas y sostuvo que su finalidad era lograr el
fortalecimiento de la dictadura. Exigió al gobierno militar que
proveyera información verídica sobre la marcha del conflicto.
Este mismo grupo influyó en la decisión de Alfonsín en promover la caída
de la Junta de Comandantes encabezada por Galtieri, proponiendo que
asumiera un gobierno civil de unidad nacional conducido por el ex
presidente Arturo Illia con el fin de proceder a la democratización.
Política Económica
Entre los logros que hoy se destacan de Alfonsín, está la fundación de
lo que será el Mercosur.
La preocupación del gobierno de Alfonsín por promover mecanismos
multilaterales y de integración supranacional, lo llevó también a
promover la integración comercial entre Argentina y Brasil, uno de los
casos de enfrentamiento internacional más